EL ALMA DEL CURA
Una mujer le dijo a su hijo que se iba al Servicio:
– Hijo, yo no te encargo más que una cosa: que no pierdas ni un domingo la misa.
Se fue el hijo al Servicio y todos los domingos, a la hora que se desocupaba, oía la misa.
Un día, buscando misa, llegó a un pueblo y le dijo al cura:
– Mire usted, que yo quiero oír misa; las once y media son y me queda media hora, porque a las doce ya es otro día.
– ¡Válgame Dios!, las misas aquí se han dicho ya. Pero solamente hay una misa a las doce de la noche, pero es que a esa misa no va nadie porque la dice un alma en pena del otro mundo. Como la dice él solo, porque a la gente le da miedo y no va, no le sirve de ná.
– ¿A tó el mundo le da miedo? Pues a mí no me da miedo. Deme usté la llave que voy pallá.
– ¡Muchacho!, ¿qué te vas tú a meter? ¡Si no ha querío meterse nadie porque es un alma en pena que viene y dice la misa a las doce y toca los tres toques a misa y no va nadie porque ya saben lo que es y que toca doblando a muerto, y aunque saben que es pa sacarle de penas, nadie se atreve a ir.
– Deme usted, que voy yo.
Fue pallá y cuando estaba esperando que saliera, se levantan cuatro o cinco losas y sale un esqueleto de debajo que le toca en el hombro y le dice:
– Valiente, me vas a sacar de penas esta noche. Estoy tantos años viniendo aquí a ver si alguien me ayuda a decir la misa –y era un cura que se había muerto– y siempre me voy sin decirla porque no hay nadie quien me ayude, y no me vale si no me ayudan. ¿Tú me vas a ayudar?
– Sí.
– Pues ahora, como tú has venío a ayudarme –y estaban en el altar mayor– y has sío valiente, yo te haré rico pa que tengas oro y de tó toa tu vida y nadie te falte y que no tengas nunca que pasar fatigas. Pero vamos a hacer una cosa: como no ha venío nadie más que tú, ahora vamos a cerrar la puerta de la iglesia.
Dice aquél:
– Voy a cerrar yo.
– No, no, si no hace falta.
Y alargó la pierna que desde el altar cerró la puerta.
Cuando acabó la misa le dijo:
– Gracias por el favor que me has hecho a Dios y a mí. En tal sitio tienes tanto oro.
El muchacho compró dos mulos y se los llevó cargaos de oro pa su pueblo, pero en el camino unos ladrones lo robaron. Al robarlo, andaban dos o tres pasos y caían muertos: tós los que iban a robarlo caían muertos y él se llevaba el mismo oro. Al último que iba a robarlo se le acercaron tres o cuatrocientas ánimas benditas y dijo:
– ¡Si esto parece un ejército!
Y se volvió y fue pa su casa. Llegó el muchacho a su casa y le contó a su madre lo que había pasado. Y le dijo su madre:
– ¿No te dije yo que no dejaras de oír misa?
Y ése es el cuento.
(Relato tradicional recogido en la pedanía murciana de Javalí Nuevo)
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